Un vistazo al corazón de San Antonio: historia y alma de una ciudad no fundada

 por Manuel Villatoro Jerez / Hijo Ilustre de San Antonio año 2014.

San Antonio es considerada ciudad por decreto presidencial  el 14 de enero de 1850, bajo el mandato del Presidente Manuel Bulnes, jamás fundada, el 6 de mayo de 1894, se constituye la primera sesión del Concejo Municipal que eligió como su primer alcalde a José Segundo Plaza Poblete. Un siglo y tres décadas desde que este pequeño puerto de la zona central que se levantaba tímidamente como ciudad para comenzar a escribir su historia.

En este nuevo aniversario, podríamos comenzar a recordar los miles de historias que han marcado a esta pequeña tierra que se emplaza a pocos kilómetros de Santiago y que se transforma en la capital del, hoy llamado, Litoral de los Poetas. 



Una comuna “maldita” para algunos porque aquí nadie sabe porque nunca las cosas resultan o terminan por fracasar  o, una “belleza del pacífico” que locales y extranjeros añoran a tal nivel que terminan por regresar después de años, para no irse más y recorrer sus añosas calles. 

Podrían ser muchos los atributos que podríamos enumerar de esta hermosa comuna, como tantos defectos que posee, pero digan lo que digan, es nuestra tierra, nuestra comuna, la misma que nos enamora pese a sus falencias, la misma que defendemos a muerte cuando los afuerinos la tratan mal. 

Más que hacer un relato épico de su historia, creo que, a estas alturas, con escasos 130 años de vida y sin una fecha de fundación, podríamos decir que es una característica propia de San Antonio, no saber de dónde nacimos o como crecimos. Pero, lo que si tenemos claro es qué significa ser sanantoninos. 

Porque ser sanantoninos significa no solo conocer los recovecos de este viejo puerto sino, saber de desgracias, saber de penas y alegrías, saber de solidaridad, de entereza, de resiliencia, saber levantarse un y otra vez pese a los obstáculos que nos pone la vida. 

Ser sanantoninos es saber que cuando te encuentran con alguien y te pregunta por tu apellido, seguro que conoce a tu familia, porque trabajaron juntos en el puerto, en la Botonera o en la Rayonhil. Porque jugaron juntos a la pelota en el SAU, en el Cóndor, el Huracán, el José Luis Norris o Estrella de Chile, o porque chutearon juntos en las "pichangas" del Balmaceda. O porque pasaron por las canchas del Esparta o el San Luis. 

Porque jugaron juntos rayuela, porque conocieron el Mono de la Violeta, la Escuela 1, porque vivieron en la Juan Aspé o Cerro Arena, porque son Placillanos. Porque vieron películas en el cine Cervantes, El Rex, el Moderno o el Cine Victoria o la conocida Sala Auditorio en Barrancas. 



Porque se bañaron juntos en la Poza Azul, en la playa Montemar, en la de Barrancas o la playa de Llolleo, porque disfrutaron en las pozas de San Juan o el tranque le Leyda. 

Porque se informaban por la entonces Radio Sargento Aldea en AM y su Reportero 147. 

Porque ser sanantonino es haber nacido en el hospital viejo, no el actual, hablo del hospital de madera. 

Porque ser sanantonino, es haberse dado miles de vuelas en la plaza de Llolleo en el verano, haber conocido el BYM´S, haber tomado el Té en el Providencia o haber jugado video donde el “Tío Ely”. Haber jugado lotería frente a la plaza o haberse bajado del tren en la estación de Llolleo. 




Haber comprado los helados artesanales donde Carlos Pérez, haber pasado por la tostaduría de calle El Molo o entrar a la Farmacia Principal. Haber comprado en la "carnicería de Pedrito", o en el "supermercado del Memo" que más tarde ser transformó en el Egas. Haberse cortado el pelo en la Peluquería Jerez de calle Antofagasta, o haber entrado al menos una vez a la fábrica de curados en el edificio del buque. 

Ser sanantonino es haber cruzado por el puente colgante, es haber caminado al fundo de Llolleo o haber subido al Cristo. Ser sanantonino es haber conocido el 21 Gril, Floresco, el Lucerna o la Antigua casa Javer. Haber comprado telas donde las Tomé, haber conocido el burrito que saluda de la Casa Alonso, o arrendar películas en la Casa Amarilla o donde los Lizana en Barros Luco. Haber conocido el Jockey Club. 

Ser sanantoninos es hablar en secreto de la Kantuta, el “Luces del puerto”, el Pub Ateneum o el Regine. Haber subido el camino de tierra de calle Copiapó hasta donde la Tía Adelina.  Haber comido en el Juanita, El Talca, El Millaray, el Parralino o donde El Checo. 



Ser sanantonino es entender cuanto te hablan de las noches de box en barrancas, de los campeonatos de basquetbol de verano en el Esparta, del boxeo en el mar en la festividad de San Pedro, de los bailes en la plazoleta de la gobernación y haber soñado con conseguir una entrada para el cumpleaños de la Disco Show. 

Es saber que significa ser gruero, movilizador manual, estibador, empleado de bahía, ser parte de la sección vía y obra, saber que era una cuadrilla, que era la planta mecanizada, a qué se le llamaba un metro cuadrado de cerveza o conocer quién era la mítica “pelua” a la salida de Allan Macowan. 

Ser sanantoninos es al menos, haber conocido las calles de adoquines, el paradero 6, la bajada del 8, la 15-15, el barrio chino. Es haber estado en carpa para el terremoto del 85, haber vivido el desborde del estero Arévalo que arrasó Centenario y Pedro Montt. Haber visto inundada la población San Pedro y la Escuela de Lo Gallardo con agua hasta las ventanas. Es haber visto como ardió nuestra historia ante nuestros ojos en el incendio de Centenario en el 2000. 


Ser sanantoninos es mirarnos a los ojos y entender que digan lo que digan, esta es nuestra ciudad, la que aún se puede cruzar caminando, la que aún te permite ir a almorzar a la casa, ir a ver a los viejos, y rememorar tantas y tantas historias que nacen desde nuestros barrios y que hoy nos permiten decir, que esta comuna, que nunca fue fundada, tiene al menos una historia común, una que defendemos con dientes y muelas, una historia que nos une, una raíz común. La de sentirnos orgullosos de lo poco que tenemos, pero lo mucho que nos identificamos con este trozo de tierra que baña el mar, que cruza un río y un estero y que en sus dos cerros más altos tiene una imagen de la Virgen y la de un Cristo gigante que mira al Maipo. 

Aquí, en esta ciudad que hoy parece abandonada, que tiene nuevas caras, que parece ajena muchas veces, siguen surgiendo entre la muchedumbre, rostros conocidos que aún nos recuerdan que hace 130 años que compartimos una misma historia. 

Ser hijos, hijos de San Antonio...

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